Aunque con bastante retraso, (imperdonable pero justificado por mi deber de escribir y acabar un par de historias pendientes) me gustaría hacer una crónica de la jornada de Sant Jordi de este año 2018, puesto que para mí tuvo una significación especial. Y es que fui invitado a un evento que el Ayuntamiento de Barcelona retomó de ediciones pasadas: almuerzo de escritores. En esta ocasión se hizo en el Palacio de la Virreina, un edificio encantador que puso el marco de referencia perfecto para un encuentro de personas de las letras.

La primera curiosidad era que para acudir al acto se requería invitación. Sin ella no era posible pisar el interior del imponente edificio. Esta fue la mía:

A las puertas del Palacio de la Virreina, todo apuntaba a una fiesta sensacional.

Una vez dentro, lo primero que llamaba la atención era el cuidado cátering con el que el Ayuntamiento nos obsequió a los presentes. Para los que somos de estómago agradecido, fue un placer degustar las delicias ofrecidas.

Repuestas las fuerzas entre charlas y reencuentros de viejos conocidos, en un ambiente que mezclaba componentes del mundo editorial y del mundo político de la ciudad, se dio paso al acto culminante de la reunión, una gran fotografía de familia de los escritores en una tarima que inmortalizó la jornada.  Estas son las fotografías oficiales que trascendieron en los medios de comunicación, con muchos rostros conocidos. Para quien le interese, yo estoy en la parte superior, a la izquierda, aunque la labor de encontrarme puede resultar similar a la de localizar a Wally.

Como se aprecia, la visión de las fotos oficiales era muy distinta a la que nosotros teníamos desde nuestra posición elevada. Así, de paso, uno puede imaginarse el entresijo de los «protagonistas del evento».

Y por último, un símbolo que debo reconocer que lucí orgulloso a lo largo de ese día fue la pegatina que nos dieron a los asistentes para identificarnos como participantes del desayuno literario, y que ya forma parte de mi bagaje personal como escritor.